Día Internacional de los Trabajadores
El 1 de mayo de 1886 obreros en Chicago,
Estados Unidos, iniciaron una huelga en pos de la obtención de la jornada legal
de trabajo de 8 horas diarias. Tres días después, en una manifestación pública
se produjo un confuso incidente que derivó en el enjuiciamiento de ocho
trabajadores: cinco de ellos fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887. En
conmemoración, en julio de 1889 el primer congreso de partidos socialistas y
laboristas de la llamada Segunda Internacional declaró el 1ro de mayo como el
Día Internacional de los Trabajadores e hizo un llamado a amplificar la lucha
para lograr en todo el mundo la jornada legal de 8 horas diarias de trabajo.
Desde entonces, en casi todos los países del mundo se conmemora el Día
Internacional de los Trabajadores cada 1ro de mayo. Llamativamente, en Estados
Unidos no se conmemora el 1ro de mayo ni el Día Internacional de los
Trabajadores: el primer lunes de septiembre se celebra el “Día del Trabajo”.
“La voz que vais a sofocar será más
poderosa en el futuro” expresó Auguste Spies -uno de los ocho trabajadores
enjuiciados- momentos antes de ser ahorcado. En efecto, fueron las permanentes
y sucesivas luchas de los/as trabajadores/as las que hicieron posible la
obtención de la jornada legal de trabajo de 8 horas diarias. En Estados Unidos,
no sólo en Chicago sino a nivel nacional hubo sectores empresariales que a
fines de mayo de 1886 accedieron a otorgar la jornada de 8 horas; en 1914 la
Ford Motor Company lo estableció de buena gana para sus asalariados/as,
decisión que fue imitada por otras empresas; a nivel estatal, en 1937 se
terminó de estandarizar y regularizar la jornada legal de 8 horas de trabajo.
En Argentina, en 1906 el diputado socialista Alfredo Palacios presentó un proyecto
para establecer la jornada legal de 8 horas de trabajo, proyecto que ni
siquiera fue considerado por el Congreso Nacional: fue en 1929 que la Ley
11.544 estableció legalmente que “la duración del trabajo no podrá exceder de
ocho horas diarias o cuarenta y ocho horas semanales para toda persona ocupada
por cuenta ajena en explotaciones públicas o privadas, aunque no persigan fines
de lucro”.
A partir de 1945-1956, durante el llamado Estado
de bienestar o Estado keynesiano, la jornada legal de 8 horas de
trabajo fue un pilar fundamental para sostener la convivencia pacífica entre
trabajadores/as y empresarios/as en todo el mundo. Sin embargo, desde la última
gran crisis capitalista global de 1973, las condiciones laborales de los/as
trabajadores/as fueron empeorando y la inestabilidad, precariedad e
informalidad aumentaron. “En el marco de la expansión y generalización de
políticas neoliberales a nivel global entre fines de los años setenta y
comienzos de los años ochenta, y como parte de un giro de política económica en
los países centrales que tuvo en Ronald Reagan y Margaret Thatcher a sus dos
exponentes visibles, la tercerización pasó de ser una forma de relación laboral
subordinada y de alguna manera marginal dentro de un modelo de relaciones
industriales que estaba fuertemente regulado por los derechos laborales y de
seguridad social, y donde las relaciones entre patrones y trabajadores estaban
mediadas por los convenios colectivos, a ocupar un rol central en las nuevas
formas de contratación y regulación de las relaciones entre capital y trabajo”,
señalan las científicas sociales Victoria Basualdo y María Alejandra Esponda en
La tercerización laboral. Orígenes, impacto y claves para su análisis en
América Latina (libro coordinado por Victoria Basualdo y Diego Morales,
2014, Siglo XXI). Argentina no fue ajena a este proceso histórico mundial:
primero los gobiernos de la última dictadura militar (1976-1983) y
posteriormente el de Carlos Menem (1989-1999) hicieron punta en la
desregulación del mercado de trabajo y el consecuente desmantelamiento de
derechos laborales.
A nivel mundial, la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) aborda continuamente el deterioro laboral y la informalidad desde una
perspectiva que toma en cuenta tanto a trabajadores/as como a empresarios/as.
En este sentido, analiza la subcontratación y la tercerización dentro de una
amplia categoría en cuyo fondo se encuentra el crecimiento de la informalidad y
la precariedad laboral: para la OIT todas estas modalidades de contratación no
forman parte del “trabajo decente”. En “El trabajo decente y la economía
informal”, la OIT afirma que el trabajo en la economía informal “no puede
calificarse de ‘decente’ en comparación con el empleo reconocido, protegido,
seguro y formal”, y al mismo tiempo define a la informalidad por no estar
reconocida ni protegida dentro de los marcos jurídicos reglamentarios, donde
“los trabajadores y empresarios informales se caracterizan por su alto nivel de
vulnerabilidad” (informe de 2002 citado en el mencionado libro compilado por
Basualdo y Morales). Es necesario precisar que la precarización de la fuerza de
trabajo llega al extremo en las situaciones de esclavitud y trata de personas.
En su informe “Perspectivas sociales y del
empleo en el mundo: Tendencias 2019” publicado en febrero de este año, la OIT
sostiene que el principal problema sigue siendo el empleo de mala calidad:
“millones de personas se ven obligadas a aceptar condiciones de trabajo
deficientes”, lejos de las delimitadas en el “trabajo decente”.
El informe 2019 de la OIT sobre las
perspectivas sociales y laborales revela que la situación en Argentina es
preocupante: la informalidad laboral afecta al 47,2 % de las personas ocupadas
en un contexto de recesión económica que seguirá durante todo el año 2019. Los
datos aportados por la OIT se complementan con otros presentados desde
Argentina. De acuerdo al INDEC, en 2018 la desocupación trepó al 9,1%, dos
puntos más que en 2017, el guarismo más elevado desde 2005. Estos datos del
INDEC se relacionan con los aportados por el estudio “Pobreza multidimensional
fundada en derechos económicos y sociales. Argentina urbana: 2010-2018” dado a
conocer por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad
Católica Argentina (UCA). Según la UCA, en 2018 se registró “un importante
incremento de la pobreza en un contexto fuertemente inflacionario y de
estancamiento económico”. En la actualidad más del 30% de la población
argentina es pobre, el valor más alto registrado durante la actual década. El informe
de la UCA señala además que la pobreza estructural alcanza al 14% de los
hogares de la Argentina.
Empleo de mala calidad y condiciones de
trabajo deficientes por un lado, alta desocupación y pobreza extrema por el
otro: la rueda de la historia pareciera devolvernos a 1886. Sin embargo, este
1ro de mayo de 2019 también nos devuelve el anhelo de que todo/a trabajador/a
se desarrolle plenamente por medio de un trabajo decente.
El trabajo decente promovido por la OIT
implica no sólo la generación de empleos formales protegidos y seguros sino
también el logro de la erradicación de la pobreza, la inclusión social, el
desarrollo integral de las personas y el fortalecimiento de la democracia.
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