Esclavitud contemporánea y explotación: Cuando los grandes eligen mal



Por Guillermo Whpei
Presidente de Fundación para la Democracia Internacional.

Días atrás una fiscalía federal apeló el sobreseimiento de una gran cadena comercial en una causa por reducción a la servidumbre. La firma había quedado vinculada al expediente tras una serie de allanamientos realizados en el marco de una investigación por explotación de personas, luego de que en un taller se encontraran etiquetas y códigos de barras de algunas marcas que la firma produce y comercializa. Veintiocho personas trabajaban de 7 a 22.30 en ese establecimiento irregular emplazado en provincia de Buenos Aires. Si bien los trabajadores podían salir los fines de semana, durante las jornadas de trabajo debían coser más de 12 horas al día por un salario de 600 pesos por mes. Vivían en el lugar, en condiciones de hacinamiento, sin espacio suficiente y sin las más mínimas condiciones de higiene.

De declaraciones de los fiscales que persiguen estas causas, de los inspectores que realizan los controles, de los profesionales de Fundación para la Democracia Internacional que forman la fuerza de trabajo de campo dentro del equipo de investigación especializado en el sector de la indumentaria, surge que las condiciones de habitación son infrahumanas, que la mayoría de los costureros que trabajan en esos talleres son migrantes, generalmente indocumentados, que son traídos al país con la promesa de un trabajo digno y un futuro mejor. Lamentablemente, la realidad que encuentran al llegar es tan distinta.



Nuestros estudios nos permiten establecer que por volumen de indumentaria producida, se puede estimar que el sector de la indumentaria emplea a unas 250.000 personas en el país. El 70% de estas personas trabajan en condiciones de informalidad, en talleres a veces ocultos. Un porcentaje –tan difícil de establecer por la gran cantidad de connivencias existentes- trabaja en condiciones de esclavitud contemporánea. Esta situación se configura cuando una persona es forzada a trabajar, bajo amenaza de castigo físico o psicológico o por medio de abuso físico o psicológico;  es tratada como propiedad de su empleador, vendida o comprada como una mercancía o un objeto; es físicamente constreñida o tiene restringida su libertad de movimiento. Es suficiente  con que alguna de estas características pueda ser identificada para decir que estamos  frente a un caso de esclavitud contemporánea.

En el arduo camino de la lucha contra la explotación, el abuso y las marcadas asimetrías que habilitan situaciones de esclavitud moderna, encontramos grandes enemigos, y entre los más grandes están el desconocimiento, la indiferencia y la impunidad. El desconocimiento de  tanta gente que cree que la esclavitud fue abolida y que ya nada queda de todo aquello. Que la triste historia de tantos esclavos acabó allá por el 1800 y que hoy no hay vestigios de nada similar a tanto abuso y tanta crueldad. La indiferencia de todos quienes compran al mejor precio sin pensar que cuando algo se vende barato, esa porción de precio que no está pagando el consumidor final, alguien la ha pagado antes, con trabajo, con sudor, con sufrimiento, con el estallido de la promesa de un futuro mejor. Y la indiferencia también de quienes compran prendas de grandes marcas a altos precios sin preguntarse nada, con los ojos cerrados. La impunidad de los grandes y pequeños productores, todos los eslabones de la cadena que día a día permiten que esto siga pasando. Usan y abusan de los recursos, para obtener mejores márgenes, mejor rentabilidad, a costa de personas, que como yo, y como usted, como mis vecinos y los suyos, tratan de salir adelante.

¿Qué nos espera si los grandes de este mundo, las grandes empresas y cadenas, no sienten la necesidad de elegir bien? La lupa va cayendo sobre unos y otros. Sobre las grandes empresas que aumentan sus márgenes y reparten dividendos a costa de la explotación de diversos eslabones de la cadena de valor. En el caso de la industria textil, esto ocurre desde el comienzo del proceso: la cosecha del algodón, la producción de las telas, el corte y costura de las prendas, el bordado y colocación de marcas.

Yo me pregunto: ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo permitiremos que esto siga pasando? Del saber no se vuelve. Ahora que sabemos, ¿qué vamos a hacer?

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