Acerca del trabajo esclavo.
Condiciones de trabajo. La sociedad argentina ignora el drama cotidiano que se desarrolla en torno de los talleres textiles. El debate al respecto tiene carácter de urgente y debe incluir inexorablemente la voz de los protagonistas
Por Guillermo Whpei
Días atrás ardió en llamas una casona en el
Bajo Flores, Buenos Aires, donde murieron carbonizados dos niños de 7 y 10
años. Allí funcionaba un taller textil clandestino, como tantos que se esconden
tras puertas que parecen viviendas. En muchos casos las ventanas han sido
reemplazadas por ladrillos y las puertas permanecen con llave, quedando las
personas encerradas adentro.
Lo ocurrido trae a la agenda pública un tema
complejo y ríspido: el de las condiciones de trabajo en sectores de la economía
popular que se desarrollan en forma sumergida, reñidas con la legalidad.
El acontecimiento generó reacciones diversas,
entre la perplejidad moral de "la ciudadanía", los intentos de
cooptación política, y el circunstancial análisis mediático, que suele echar
por la borda cualquier hipótesis de comprensión real del problema. Al igual que
en el año 2006, cuando otro incendio terminó con la vida de seis personas del
mismo sector, un grupo autoconvocado de costureros, ex costureros,
asambleístas, investigadores y vecinos se propuso interpelar el sentido común
para hacer audible una voz que se presenta esquiva: la de los
protagonistas. Estas mismas palabras pueden parecer contradictorias, al no ser
tejidas por una persona costurera. Sin embargo, no serían menos contradictorias
que la voz del indignado que, a diario, se viste para salir de su casa:
prácticamente todos usamos ropa fabricada en condiciones laborales que muchos
caracterizan, aún sin conocerlas, como "inadmisibles".
Rodeados de estigmas culturalistas —en
algunos casos— o sencillamente racistas —en muchos otros— el estereotipo del
trabajador textil parece haberse fosilizado detrás de una categoría
problemática: la del trabajo esclavo. La sociedad argentina se ha construido
particularmente indiferente a la historia de la esclavización de seres humanos,
pues ha relegado a los márgenes de la memoria tanto la trata negrera como las
condiciones en que los indígenas fueron violentamente incorporados al mercado
de trabajo. Los negros y los indios fueron los primeros esclavizados del
territorio argentino, y sus descendientes no ocupan hoy, precisamente, los
puestos de mayor prestigio en las jerarquías sociolaborales. Acaso por este
carácter selectivo de nuestro modo de recordar, la prensa pueda instalar con
tanta facilidad lo que parece ser una idea fuera de lugar. Los descendientes de
esclavizados, casi borrados del registro, se deben sentir doblemente ignorados
ahora que se los nombra recurrentemente. Lo cierto es que muchos trabajadores
textiles no se consideran a sí mismos "esclavos", sino más bien
trabajadores en condiciones de extraordinaria asimetría realizando esfuerzos
sobrehumanos por progresar, calculando racionalmente dónde el mundo del trabajo
les permite insertarse y dónde los segrega. Este tránsito puede llevarlos por
un camino hacia el orgullo del regreso al hogar con magros ahorros, al
confinamiento en una red de deudas y trampas, inesperadamente a la tragedia o
incluso a cierta movilidad social ascendente.
No obstante, la categoría trabajo
esclavo tal vez siga revistiendo alguna utilidad. No sólo por invitar a pensar
relaciones entre las formas del trabajo, la historia de la segregación
étnico-racial y el modo en que consumimos, sino porque plantea más de un
interrogante sobre lo que no pocos asumen como el valor fundante de la
democracia moderna: la idea de libertad. Hoy el mundo ha retomado el término
esclavitud para utilizarlo con un significado diferente en la forma pero
similar en el concepto. En nuestros días, cuando se habla de esclavitud no se
hace referencia a la propiedad de una persona sobre otra, avalada por el
ordenamiento legal vigente, sino a una relación de marcada asimetría, signada
por la restricción a la libertad, la falta de opciones y de garantía en los
derechos más básicos. Este tema no puede ser seriamente analizado sin estudiar
la foto entera, una foto global en la que los márgenes de rentabilidad son
abismales, y se relacionan con redes y situaciones dispersas por todo el mundo
con matices locales: prendas producidas en Daca para ser consumidas en Nueva
York, recicladas en Amsterdam para ser revendidas en Maputo, etiquetadas en
Lagos para ser distribuidas en Bissau a cambio de castañas de Cajú.
El desafío de interpelar seriamente este
problema en su complejidad no debería ser el reflejo de un ciudadano que el
sábado lee el diario y se solidariza moralmente con las "víctimas",
para el domingo ir a comprar su ropa favorita a la tienda de moda. Tampoco
debería asentarse exclusivamente en el ciudadano que no consume la marca y
compra solidariamente en la feria por la mitad de precio, para regresar a su
casa y notar que el vecino costurero murió carbonizado. Mucho menos debería
guiarse por el espasmódico oportunismo electoral que determina la prioridad de
la agenda conforme la tragedia explota en mi vereda o en la del territorio
enemigo: lo mismo que sucedió en Flores podría haber sucedido en el conurbano bonaerense
o en Rosario.
Se hace necesario un debate que debería
incluir a todas estas voces, pero debería estar construido a partir de las
razones de los ciudadanos que trabajan cotidianamente en el sector, quienes
producen la ropa con la que todos nos vestimos y difícilmente tengan el tiempo
de escribir estas líneas, pero colaboraron decisivamente en su tejido durante
las asambleas mantenidas en los últimos días. Construir una alternativa sin la
voz de los protagonistas es lo que consideramos que no hay que hacer. Una
subjetividad sin sujeto, hablada por otros y victimizada —a la cual hay que
"rescatar"— es el camino más funcional a la lógica de la esclavitud.
Un debate que no incluya al protagonista es la mejor forma de reducir a las
personas a objetos y de dejarlas sin voz.
Guillermo Whpei / Presidente de
Fundación Estudios Litoral Argentino
Fuente: Fundación Para La Democracia Internacional
Fuente: Fundación Para La Democracia Internacional
Comentarios
Publicar un comentario